Hoy viajaremos en el tiempo a las antiguas tierras fértiles bañadas por los ríos Nilo, Jordán, Tigris y Eúfrates para explorar la fascinante historia de los patriarcas, comenzando con Abraham y sus descendientes.
Viajaremos en el tiempo a las antiguas tierras fértiles bañadas por los ríos Nilo, Jordán, Tigris y Eúfrates para explorar la fascinante historia de los patriarcas, comenzando con Abraham y sus descendientes.
En el siglo XX a. C., estas tierras estaban habitadas por clanes y tribus nómadas que dependían del pastoreo y se desplazaban en busca de pastos y agua para su ganado. Cada tribu tenía un patriarca, un líder espiritual y consejero comunitario.
Uno de los más destacados fue Abraham, quien lideró a su tribu desde Ur, en el sur de Mesopotamia, hasta la tierra de Canaán, al lado del Mediterráneo, atravesando desiertos y oasis.
En esta travesía, Dios se reveló a Abraham y le hizo una promesa: sería el padre de una nación y recibirían una tierra en posesión.
La relación entre Dios y Abraham se convirtió en una amistad especial, donde Dios compartía sus planes y Abraham respondía con confianza y fidelidad.
Por esta razón, Abraham es considerado el padre de los creyentes en las tradiciones judías y cristianas.
Los descendientes de Abraham, como Isaac y Jacob, continuaron el legado de su patriarca, y el clan creció hasta formar las famosas doce tribus de Israel. Pero la historia no termina aquí, ¡sigamos!
Hacia el siglo XVII a. C., una sequía en Canaán llevó a muchos israelitas a Egipto. Allí, prosperaron pero finalmente cayeron en la esclavitud.
Dios eligió a Moisés para liderar al pueblo en un épico éxodo a través del desierto hacia la Tierra Prometida: Canaán. En el monte Sinaí, Dios estableció una Segunda Alianza con Moisés y el pueblo, marcando un compromiso mutuo.
Durante 40 años, Moisés y su pueblo vagaron por el desierto. Estos números tienen un valor simbólico en la Biblia, y el 40 simboliza una generación en prueba.
Aunque Moisés no entró en Canaán, su legado continuó con Josué y su descendencia.
Después del éxodo, Israel se estableció en Canaán y se formaron tribus independientes con líderes conocidos como Jueces, como Josué, Sansón y Débora.
Estos jueces eran considerados la fuerza de Dios que protegía al pueblo.
Samuel, el último de los jueces, nombró a David como rey, elegido por Dios. Luego, Salomón continuó en esta labor. Pero cuando Salomón murió, el reino se dividió en dos: Israel al norte y Judá al sur.
A pesar de la división, Yavé continuó siendo su Dios y les envió profetas. Sin embargo, los asirios invadieron el Reino del Norte y deportaron a la población a Mesopotamia. Luego, los babilonios conquistaron el Reino de Judá, destruyendo Jerusalén y el Templo.
El exilio fue una prueba dura para el pueblo de Israel. Sin su tierra ni su templo, mantuvieron vivas sus tradiciones orales que narraban su historia como una historia de salvación.
En el año 538 a.C., Ciro, rey de los persas, permitió a los judíos regresar a su país. Comenzaron la reconstrucción del Templo y recopilaron sus tradiciones. Sin embargo, Israel cayó bajo el dominio griego y, más tarde, bajo el Imperio Romano.
Y así, en este contexto, nació Jesús de Nazaret. Esta es la apasionante historia de los patriarcas y el pueblo de Israel.
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