Etimología de la palabra ángel
La palabra ángel es una forma derivada del latín angelus y
tomada del griego angelos, donde significaba “nuncio”, “mensajero”. Ahora bien, angelos se empleó también para traducir un
nombre hebreo muy antiguo Mal’ak o Malakh (el mensajero), cuyo origen se
remonta al principio del tercer milenio a. C. Éxodo 23:20: “Yo mandaré un ángel
sobre ti, para que te defienda en el camino…”
El Mensajero de Dios
Hacia el siglo V a. C. aparece en el Antiguo Testamento el profeta Malakhi o Malaquías (cuyo nombre se traduce por: “Mi mensajero" (el de Dios). Este enviado divino anunció la vuelta de otro profeta, Elías, cuyo nombre significa “Yahvé es mi Dios” (Malaquías 3:23).
De tal modo, y a partir de su etimología, se entiende que un ángel es un mensajero, un enviado de Dios, un cartero celestial, un intermediario entre el Cielo y la Tierra, entre los dioses y los hombres, que podemos relacionar con los mitos y los símbolos del dios clásico Hermes-Mercurio, de la mitología griega y romana. Éste es representado con dos alas en los tobillos, símbolos de inteligencia, espíritu, genio.
Pero todo esto no explica cómo se llegó a creer en los ángeles y en sus poderes, a invocar sus nombres y pedir su protección. Aunque percibamos claramente en los relatos bíblicos sus funciones de profeta y mensajero o de enviado de Dios, no podemos ver claramente cómo pueden influir en el destino de alguien en particular y convertirse en su ángel guardián. Para entenderlo hemos de remontarnos hasta la Persia del siglo VI a. C., lugar y época en que Zaratustra (Zoroastro) profetizaba.
De los dioses a los ángeles
En aquel tiempo, Zaratustra fundó la religión zoroástrica, cuya originalidad reside en que se basa en una síntesis de tres culturas religiosas: la de la India, la de Grecia y la de Oriente Medio. Exceptuando a los hebreos, monoteístas, todos los pueblos contemporáneos a Zaratustra tuvieron su panteón de divinidades múltiples y variadas. Cada una de éstas ejercía algún poder, una influencia, sobre alguna manifestación de la vida, sobre uno u otro principio de la naturaleza.
Partiendo de tales hechos, Zaratustra tuvo la visión de integrar estas divinidades en su religión, atribuyéndoles funciones de guardianes, protectores, responsables de los grandes esfuerzos de la naturaleza, de las manifestaciones y misterios de la vida en la Tierra, del destino de los pueblos y de cada individuo. En la religión zoroástrica, cada “divinidad” era la guardiana del destino de los principios naturales, de las plantas, de los animales y de los hombres. Cada cual podía tener su divinidad protectora, su buen genio, su servidor (que los discípulos de Zaratustra llamaban Yazata, el Adorable. De las divinidades a los ángeles la distancia se hizo muy corta: a partir de entonces, el ángel fue a la vez Malakh y Yazata, el mensajero y el adorable, el protector, el enviado de Dios entre los hombres.
La jerarquía celeste
Fue a principios del siglo VI de nuestra era cuando un monje sirio, que firmaba sus escritos con el nombre de Dionisio de Areopagita, inspirado en las creencias judías, cristianas y zoroástricas, y bajo la influencia de los filósofos griegos Plotino y Platón, compuso una jerarquía celestial, en la que situó nueve coros de ángeles. Esta jerarquía participó en la elaboración del pensamiento cristiano, y jugó un papel considerable durante la Edad Media. A lo largo de todo este periodo, y hasta el Renacimiento, los ángeles cobraron gran importancia ante los hombres y llegaron a convertirse en sus protectores y servidores. Según Dionisio de Areopagita, la jerarquía celeste consta de nueve coros de espíritus angélicos, integrado cada uno, a su vez por nueve ángeles: serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles.