EL GIGANTE CRISTIANO. CRISTÓBAL

CRISTÓBAL DE LICIA, conocido como San Cristóbal mártir, es un santo cristiano, sobre cuyo origen las distintas tradiciones cristianas están en desacuerdo. 

La tradición católica lo describe como un gigante cananeo, que tras su conversión al cristianismo ayudaba a los viajeros a atravesar un peligroso arroyo llevándolos sobre sus hombros. En la tradición ortodoxa, la leyenda describe a Cristóbal como un bárbaro de gran tamaño, proveniente de una tribu bereber (personas pertenecientes a un conjunto de etnias autóctonas del Magreb, norte de Africa), que fue ejecutado bajo el emperador Decio por predicar la fe cristiana, tras haber realizado numerosos milagros. Para las iglesias ortodoxas, la historicidad de Cristóbal no tiene duda. 

La leyenda áurea de San Cristóbal


Según el legendario relato Áurea legenda, de Santiago de la Vorágine (la más célebre recopilación de leyendas piadosas en torno a los santos), Cristóbal era un gigante cananeo de doce codos (poco más de cinco metros) de estatura— nacido con el nombre de Ofero, que vivió durante la primera mitad del siglo III. Su enorme fortaleza física le había hecho orgulloso, y se había jurado servir únicamente a un amo más temible que él mismo. Escogió primero a Satanás como amo, pero al enterarse de que aún el diablo temía al nombre de Dios y al signo de la cruz, renunció a su servicio y buscó quien le indicara como servir a este último. Cristóbal fue un gigante hijo único de un rey cananeo, y debió haber nacido en Tiro  o Sidón (Líbano).

De Ofero a Cristóbal


Su nombre era Relicto, Ofero o Réprobus (‘réprobo, malvado’, seguramente derivado del arameo rabrab: ‘gigante’). Era horroroso, con rostro de perro. Como quería estar al servicio de un amo digno de su fuerza, Réprobo le ofreció primero sus servicios al rey Felipe de Licia (que en griego significa ‘país de los lobos’, que podría estar relacionado con su cara de perro). Este rey era malvado y despiadado e imponía su voluntad con puño de hierro. Sin embargo un día Ofero lo vio temblando de miedo y le preguntó cual era el motivo y el rey dijo que tenía su alma vendida a Satanás y que le temía al infernal ser. Entonces dijo Ofero: «Si le temes al Demonio, él es más poderoso que tú, habré de servirle a él». 

Decide el gigante ponerse al servicio de Satanás y buscó a un brujo para que se lo presentara. El brujo accedió a cambio de algunos favores de Ofero y emprendieron la búsqueda a caballo; en el camino el brujo evadió una cruz de piedra temblando de miedo. Ofero le reclamó ese miedo a algo tan simple como una cruz. El brujo le dijo: «Temo a quien murió en la cruz». 

El gigante preguntó al hechicero si el tal demonio temía también a ese tal Jesús y el brujo le dijo que el diablo tiembla con la sola mención de la cruz donde murió Cristo. Entonces Ofero decide servir a tan poderoso personaje que aún después de muerto hace que el Príncipe de las Tinieblas tiemble de miedo

Ofero empieza a preguntar a todas las personas cómo podría servir a Jesús, y nadie es capaz de contestarle, hasta que un ermitaño le dice: «Aquí al lado hay un río donde suelen morir muchos de los que intentan atravesarlo. Tienes una estatura y fuerza descomunal, perfectamente podrás pasarlos de orilla a orilla sobre tus hombros. Ahí encontrarás a la persona que te dará la respuesta correcta» Y efectivamente, comenzó a pasar viajeros apoyado en una vara gruesa y resistente.

Por una remuneración hombres corpulentos pasaban a las personas de una orilla a otra de los ríos. Ese era el oficio de San Cristóbal. Era tan buena persona que no negaba a nadie el servicio aunque no le pudiera pagar. 


Ofero empezó a cruzar a la gente por el río preguntando que donde y como podría servir a Jesús pero nadie le daba una respuesta correcta. Hasta que un día cruza la corriente cargando a un niño a quien ni siquiera le toma la molestia de preguntarle; ¿qué va a saber aquella frágil criatura? A mitad del camino el nivel del agua comenzó a subir se hace pesado como un costal de plomo, después pesa como si cargara el mundo entero, insoportable, y sólo a costa de enormes esfuerzos consigue llegar a la orilla. Le pregunta Ofero al pequeño: «¿Quién eres, niño, que me pesabas tanto que parecía que transportaba el mundo entero?». y el niño con claridad: «Tienes razón, peso más que el mundo entero, pues sobre mis hombros cargo con los pecados del mundo. Yo soy Cristo. Me buscabas y me has encontrado. Desde ahora te llamarás Cristóbal.


Al ayudar a cualquiera a cruzar el río, me estarás ayudando a mí. Fija en la tierra ese árido tronco que te sirve de báculo, que mañana lo verás, no sólo florido, sino coronado de frutos». A la mañana siguiente la estaca seca plantada en el suelo se había trocado en esbelta palmera, con incontables frutos. 

El nombre de Cristóbal (del griego, Christóforos, ‘portador de Cristo’) le vendría de esta hazaña. La leyenda, considerada apócrifa, continúa siendo popular, pese a que en 1969 el Vaticano oficialmente la proclamase no canónica. 

El martirio de Cristóbal


Después del episodio del Niño Dios recibió Cristóbal el bautismo de manos del patriarca Babilas en la Basílica de Antioquía

Cristóbal empezó a evangelizar sobre todo en Samos (isla de Grecia) en compañía de su gran bastón y fue un predicador elocuente. El emperador romano Decio ordenó perseguir a los cristianos y ofrecerlo como sacrificio a sus dioses paganos. Dagón, que era prefecto de Licia, cumplió con el encargo del emperador, profanó iglesias y casas de cristianos. Cristóbal vio que pronto sería arrestado.

Cristóbal sería sometido a horribles tormentos. Y entonces, la voz del mártir resonó: «El Señor prepara ya mi corona... Cuando la espada separe mi cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre, mezclada con el polvo, y al punto quedarás sano. Entonces reconocerás quién te creó y quién te ha curado». 

Al día siguiente fue decapitado y Dagón hizo lo que indicara Cristóbal, recuperando la vista y convirtiéndose al cristianismo.

Leyendas antiguas


El texto de De la Vorágine es una evolución de testimonios anteriores. Las fuentes latinas y griegas más antiguas registran un mártir, de nombre Cristóbal, originario de una tribu norafricana. Capturado por las tropas romanas a comienzos del siglo IV, fue reclutado como legionario y trasladado a prestar servicio en una guarnición romana cerca de Antioquía (Turquía). 

Poco se sabe de los Marmaritae a los que habría pertenecido Cristóbal; como a otras tribus africanas, las fuentes griegas solían describirlos como infrahumanos, llamándolos con frecuencia kynokefaloi, ‘cinocéfalo (cabeza de perro)’. Algunas fuentes tomaron el término literalmente, y numerosos iconos ortodoxos representan a Cristóbal con cabeza de perro. Las fuentes latinas tradujeron el término porcanineus (‘perruno’). Se estima que Santiago de la Vorágine, en su Áurea legenda, lo interpretó como cananeus (‘cananeo’, de Canaán).

Las fuentes latinas sugieren que Cristóbal fue bautizado por el obispo Pedro de Alejandría, que predicó en la región entre el 306 y el 311. Los Hechos de San Cristóbal, de los que las leyendas posteriores se derivan, parecen haber sido registrados en época cercana al martirio del santo, probablemente por el obispo de Antioquía o alguien cercano a éste. 

Historia del culto


El culto a San Cristóbal de Licia es de origen oriental, llegando a Occidente después del siglo V, de Constantinopla pasó a Sicilia y de allí a Europa Occidental. Durante la Edad Media fue uno de los santos más venerados. En su honor se hicieron templos y monasterios, tanto en Oriente como en Occidente.